
Zenyatta, la máxima expresión de la hípica
Zenyatta, la espectacular yegua que se mantenía invicta en 15 presentaciones, iba a salir nuevamente a escena, teniendo al frente la posibilidad de ampliar su imbatibilidad y seguir en ese sendo camino que la pueden llevar a ser considerada una de las mejores –sino la mejor– del siglo XXI.
Un presentador gringo, algo regordete y sin pelo, con frac negro y corbata michi, anunciaba –al estilo de los presentadores del boxeo– una a una a las participantes de la carrera que tenía una bolsa de medio millón de dólares. Cuando nombró al número cuatro, a Zenyatta, hizo una pausa. El público no pudo aguantar los aplausos e interrumpió el anuncio, mientras la zaina se quedaba quieta, recibiendo los cariños que le hacía su vareador con un paño blanco.
Un sorbo a la gaseosa y a revisar las estadísticas mientras dura el paseo frente a las tribunas. La espigada yegua ganó 15 carreras, de las cuales 13 fueron clásicos, incluyendo nueve de Grupo Uno y más de US$ 5,6 millones en premios acumulados. Un palmarés que, en resumen, la colocan como un hito en la historia del turf. Aunque algunos digan que nunca corrió fuera de los Estados Unidos y eso la hace solo una heroína local.
Comentarios antojadizos de quienes no valoran el talento de una campeona hípica. De una yegua que le gana a los machos con la misma propiedad con la que tumba a las de su género. Una capacidad increíble para ganar que no fue considerada cuando en enero le negaron el título de Mejor Caballo del Año en los Estados Unidos. Una injusticia que hoy, seguro, debe ser materia de muchos comentarios.
¿Pero es Zenyatta solo una yegua? Reviso el Facebook y más de uno me pregunta qué quiero decir con “Go, Zenyatta, Go” y pienso que si el fútbol tiene a Messi, la hípica tiene a Zenyatta.
Porque tal vez nos equivocamos al decir que es una yegua. Zenyatta es más que eso. Es pasión, es entrega, es fuerza. Escribe una poesía nueva en cada tranco. Desde que sale a la pista y encandila con su espigada figura. La negra cariblanca que se pasea gallarda recibiendo flashes, aplausos y vivas. Es la estrella del Deporte de los Reyes que parece darse cuenta de su papel. Y también parece que lo asume, que lo disfruta, que lo goza.
La hija de Street Cry iba por su triunfo número 16, ese que le iba a permitir igualar el récord de un ‘inmortal’ del turf como lo fue el italiano Ribot. Son pocos los que han logrado tal hazaña en toda la historia. Y creo que no habrá ninguna otra como Zenyatta.
La negra sabe lo que hace. Otro sorbo a la gaseosa para verla correr desde la última posición, como es su costumbre, con ese paso tranquilo, como midiendo rivales. Su jinete Mike Smith debe deleitarse sobre esa silla. La zaina debe facilitarle el trabajo. No hay mucho que hacer allí. Solo guiarla, mostrarle el camino y moverle las riendas como para indicarle: “Es el momento… ¡corre!”
Zenyatta acelera y la tribuna ruge. El amante del turf siente como una corriente helada recorre el cuerpo y hasta se anima a lanzar un grito de apoyo. La yegua avanza abierta en la curva final y antes de entrar a la recta ya tiene todo controlado. No hay fustazo, no hay castigo. Mike Smith solo le muestra el camino. La yegua le estira la cancha a las rivales y no hay más que aplaudir.
Solo necesitó un minuto 50 segundos y 71 centésimas para correr los mil ochocientos metros, quedar en la historia como la gran campeona que sigue invicta en 16 salidas y como la que fue capaz de sumar –hasta hoy– la envidiable fortuna de 5 millones 924 mil 580 dólares. Taptam, la puntera Be Fair, Just Jenda y War Echo, completaron una llegada y quedarán grabadas como las que alguna vez tuvieron la osadía de enfrentar a la más grande yegua estadounidense de este nuevo siglo.
Porque pasarán los años y las generaciones hablarán de Zenyatta y sus hazañas. De la yegua que paralizaba al mundo en cada presentación, aun cuando no se la pudiera ver en vivo y tuviera que recurrirse a una web. Y aunque la hípica se viva distinta frente a la pantalla de un computador y se haga más personalizada, se contará que Zenyatta lo hacía todo más cálido.
Por : Néstor Obregón R.
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